Admiro tanto a Julio Ruelas, sus trazos inmortales, su estética que me antecedió por 120 años, que si estuviera vivo, me acercaría humildemente con un grabado suyo para pedirle su autógrafo.
Y a Ruelas que con una mano sostendría el grabado y con la otra su estilógrafo, le descerrajaría un balazo en la nuca para desparramar pedazos de su cráneo y sesos en la banqueta y en el grabado.
Ese grabado salpicado de sangre, lo tendría en mi pared, como castigo ejemplar a Ruelas por haber hecho de mí un miserable copista.
