Eurynome. Diosa griega
Como habíamos apuntado en una nota publicada días atrás en La Mosca en la Red, una exposición con trabajos de Eko (cómo definirlo: ¿dibujante, ilustrador, pintor, grabador, artista plástico, todo eso y más?), en el Café 22 de la colonia Condesa, fue censurada (“sólo parcialmente” según los dueños del lugar) y el hecho ha causado una importante polémica. Las imágenes de Eko tienen una fuerte carga erótica –o pornográfica, si se quiere– y asustaron a algunos asiduos al lugar –lo cual es perfectamente legítimo–, pero la forma como se manejó el asunto no fue la idónea. En fin, mejor dejemos que sea el propio artista quien explique las cosas desde su muy propio punto de vista. ¿Qué fue lo que pasó en el Café 22?
-Ocurre que me invitaron a exponer en ese lugar, un foro grande de la colonia Condesa. Colgué ahí unos dibujos que estaba haciendo, totalmente inéditos, muy pornográficos, porque en esta ocasión integré muchísimos penes, bestialismo y escenas muy explícitas, pero con el estilo de siempre. Fue gran cantidad de gente a la exposición, muchísimos amigos, se vendió muy bien, pero tres días después recibí un mensaje de mi anfitrión y me decía: “Oye, maestro, tuvimos que descolgar los dibujos porque los parroquianos, los habitués de la Condesa, se quejaron, se escandalizaron y tampoco se trata de estar sufriendo”. Yo entiendo que no es un espacio específicamente galerístico, pero se supone que ahí la gente está acostumbrada a las exposiciones y todo eso. Por eso pensé que por la locación, porque era la Condesa y porque los de ese rumbo se las dan de muy avant garde, no iba a tener problemas. Sin embargo, reaccionaron muy conservadoramente, se mostraron muy incómodos y obligaron a que se descolgaran los cuadros. ¿Qué piensas como autor de la obra?
-Yo siempre he utilizado a mi trabajo como un termómetro para saber cómo está la sociedad en general, pero también la sociedad informada, la sociedad culta. A lo largo de los años, un par de décadas de una vida pública de erotismo, he notado que está aumentando muchísimo la intolerancia. Hoy día, convivimos con las masacres del narco, con una vulgaridad horrible en cuanto al manejo de los temas por parte de los medios de comunicación. El arte, en este momento, es muy banal, ascéptico, asexual, sin tema, sin figura, un arte muy decorativo y que a nadie molesta. Unos botes de basura pueden ser arte -conceptual lo llaman-, es lo que está ahorita de moda, y luego, como espejo, en otras artes, como la música, hemos descendido a que lo que más se escuche en el país sean cosas como La Banda del Recodo. Aunque igual me vas a decir: “Oye, pero El Recodo, como el mambo, también es cultura”... No, no te voy a decir eso...
-¡Ja ja! Eso que contestaste, anótalo por favor... Yo creo que esa música es muy elemental y seguramente causa daño neuronal. No quiero comparar, como todos los veteranos, y decir que todo tiempo pasado fue mejor…, ¡pero sí fue mejor! Es decir, en otra época, si eras muy muy fresa, escuchabas a Aerosmith. Ahorita están escuchando al Recodo. ¿Te acuerdas lo que oía la banda en esa época? A Led Zeppelin, a AC/DC… Pero ahora, la banda escucha a La Banda… del Recodo. Es un asunto muy primitivo, muy desagradable. Por eso no me sorprende que cada vez tenga yo menos espacios de expresión pública. Estoy muy acotado y la censura cada vez es más grande. Antes, se suponía que la censura estaba en manos de órganos censores, en manos del gobierno, que grupos del gobierno presionaban a los periódicos o a las revistas, como en el caso de mis publicaciones eróticas. Sin embargo, ahora es un fenómeno de autocensura. Ya no son funcionarios los que prohiben, son simples espectadores. Se quejan de que se ofenden con mi trabajo, cuando antes las reacciones eran diversas. A pesar de todo, estoy contento y de alguna manera me refresca haber vivido esta censura, pero no deja de sorprenderme y preocuparme, porque México es el país en donde vivo y no hay espacios para mostrar lo que es mi verdadera obra. Nos estamos hundiendo en la barbarie y el analfabetismo. Piensas entonces que la sociedad se ha vuelto tan mojigata que la censura ya es autocensura.
-Básicamente. Tenemos al gobierno que nos merecemos y la sociedad se ha vuelto más inculta y más prejuiciosa. No quiero achacar todo a las nuevas generaciones, pero mis propios amigos que antes eran más progres y tenían preocupaciones existenciales más intensas, ahorita están en la banalidad. Tal vez sea porque antes tenían hambre y ahora ya tienen una Hummer, pero de todas maneras nos encontramos en una desviación hacia la incultura, la intolerancia, hacia una especie de malinchismo chafa. Antes había una vocación más internacionalista… Pero bueno, no sé, así es como me ha ido en la feria, me ha ido mal. Incluso la llamada izquierda se ha vuelto más intolerante que quienes supuestamente deberían serlo; como algunos sectores panistas, por ejemplo.
-Sí, todos son unos fresas. De hecho, ya me resigné a que no haya editores como Huberto Bátiz y Fernando Benítez, quienes publicaban lo que fuera, contra viento y marea. Gente como ellos, como Juan García Ponce o Roberto Vallarino. Había una especie de idea fatalista de que si no hacíamos las cosas en ese momento, no las íbamos a hacer nunca. Eran tipos que se tomaban la libertad de publicar cosas brutales en todos lados y entre esas cosas brutales estaba mi trabajo. Fueron diez años de empeñarse en esa lucha. Hoy, en cambio, estamos metidos en un concurso de popularidad. Parece que queremos ser el número uno en la encuesta. Tu trabajo como divulgador o como artista ya no es realizar cosas que valgan la pena, sino caerle bien a la gente. Hoy todos quieren ser simpáticos. ¿Ya no quieren provocar?
-Antes muchos lo hacían y -sí, es cierto- así les fue. Todos ellos están muertos, jodidos, locos o, lo peor, olvidados, pero en su momento hacían las cosas con ese fatalismo de “vamos a hacerlas y ya”. Tal vez ése sea mi problema: que eso fue lo que me educó. Yo hago las cosas y ya. Sigo haciendo el trabajo pornográfico, erótico, de siempre, nada más que está ahí, embotellado en mi estudio, empapelado, tapado en una botella. No importa, lo voy a seguir haciendo. ¿Lo estás publicando en algún medio?
-Sí, claro que sí. Publico en La Crónica y de repente he publicado en Laberinto con José Luis Martínez, gran editor y amigo, una vez o dos con Rogelio Villareal. Mis amigos editores de toda la vida de repente sacan trabajo mío, pero siempre con un “bueno, sí, pero no traigas a Denisse”. Está bien, no los acuso. Son los tiempos, son editores, son mis amigos, no son héroes, no somos héroes. Yo sé que meto en pedos a la gente cuando acepta mi trabajo y tal vez no sea lo correcto. Eres políticamente incorrecto, lo cual me parece lo más saludable del mundo, porque no hay nada más hipócrita que la corrección política.
-La transgresión ya no existe, como dice Avelina Lésper. Yo creo que todo se jodió cuando la gente de marketing tomó el poder en México. Todos se volvieron licenciados en marketing y la cultura se fue a la mierda. ¿Qué pasó finalmente con la exposición?
-Tengo que ir por los dibujos, es todo, y tan amigos como siempre; no lo tomo personal. Es más: ni con la gente que se quejó, porque sé que México está así... y el mundo no es muy diferente. En los noventa, por ejemplo, en el New York Times eran mucho más tolerantes que ahora. En la primera entrevista que tuve con los directores de arte de ese periódico, llevé el trabajo de Denisse y me dijeron: “Esto es diabólico, estás enfermo, pero, ¿sabes qué?, nos gusta tu chamba” y fue una experiencia editorial de diez años con esos cuates que eran unos animales, porque me pedían un trabajo a las once de la mañana y a las tres de la tarde tenía que entregarlo. Generalmente, me iba a la cafetería del periódico a hacer el dibujo. Soltaba todo mi estética de sadismo y de crueldad física y mental. Al tema que fuera, le aplicaba mi técnica Denisse y el dibujo invariablemente se publicaba. Luego me comentaban cosas como “oye, Eko, no pienses que te estoy acusando de maricón, pero esa mano está agarrando un martillo y parece una verga y parece que lo está acariciando, ¿no puedes abrirle dos o tres dedos a la mano para que no parezca que está masturbándose?” o “mira, están un ruso y un americano y al ruso le hiciste la verga más grande que al americano, ¿no puedes por lo menos igualarlas?”. Eventualmente, esos tipos se retiraron y entró una nueva generación de chavos muy fresas, hijos de diseñadores o de ilustradores muy famosos. Se dio entonces un cambio de actitud y todo se volvió mucho más conservador. Como que pegó muy fuerte lo conceptual. Se me fue marginando poco a poco y lo mismo ocurrió en Madrid, con El País, y en Francia, con el Nouvel Observateur. Los únicos medios que han conservado su integridad son los alemanes. Con esa historia que tienen, son muy sensibles ante la violencia, pero resultan terriblemente abiertos a nivel estético ante la sodomía: todos los dibujos de penetración por el culo, explícitos o implícitos, tienen un pegue y una aceptación impresionante en Alemania. Llevo veinte años de trabajar con ellos y siempre sale todo muy bien. ¿Cómo fue que te dio por este tipo de dibujo, pornográfico, erótico?
-Fue una obsesión infantil. Cuando descubrí mis genitales, a los once años, había muchas emociones que sólo podía sacar masturbándome. Había presencias que tenía que sacar de mí y expresarlas de alguna manera. Me imagino que el arte es otro tipo de eyaculación. Yo reproducía los dibujos de los comics de esa época, muñequitos como el pato Donald, la familia Burrón o fortachones como el Capitán América y Supermán, pero me salían como dibujos de pared del baño (bueno, me siguen saliendo así). Entonces descubrí a Alberto Durero. Empecé a copiarlo y las imágenes que tenía en la cabeza se empezaron a articular con ese instrumento. Fueron cuatro años de copiar totalmente las imágenes de Durero. En el ínter, empecé a publicar a los doce años… y ya tenía problemas de censura. ¿En dónde publicabas a esa edad?
-En La Cultura en México que dirigía Fernando Benitez y después dirigió Carlos Monsiváis. Estaba yo entregado a mis aforismos, un poco políticos, y luego me clavé en la poesía, lo que me permitió aprender a leer ese género literario. Hacía una especie de exlibris de diferentes poetas. Leía sus textos y les hacía una ilustración que, según yo, era ad hoc y de repente, en esa cosa inocua e inocente que es la poesía, se me empezaron a colar imágenes muy extrañas. Una vez, creo que con el súper cursi de e. e. Cummings, dibujé a una mujer con las piernas abiertas y en lugar de coño tenía las teclas de una máquina de escribir. Me dije: “Qué extraña cosa”. En una presentación en el Colegio de México, me encontré a Huberto Batis, le enseñé el dibujo y me dijo: “Veme a buscar a sábado –el suplemento cultural del diario unomásuno que dirigía– para ver qué podemos hacer, niño cabrón”. Entonces empecé a dibujar una obsesión que se cristalizó: era la mezcla de lo bello con lo horrible, un arquetipo, la belleza con el monstruo. Prendió como una mecha y fue muy divertido, porque había muchísimos que se quejaban de eso. Guillermo Schavelzon decía: “Saquen a ese cabrón”. Cristina Pacheco gritaba: “No publiquen esa mierda”. El propio Fernando Benitez se quejaba: “Esto es una porquería”. Pero Batis, muy heróico, y el director del periódico, Manuel Becerra Acosta, aguantaban. Después todos aquellos se fueron a La Jornada y Batis se quedó como amo y señor de sábado. Entonces pude empezar a articular algunas ideas muy peculiares, como unas bellísimas marquesas del siglo dieciocho que cogían con iguanas o esa nínfula que es y siempre ha sido Denisse. ¿El nombre de Denisse de dónde salió?
-Es el femenino de Dionisio (dios griego, llamado Baco por los romanos y relacionado con el vino y los placeres, de ahí la palabra bacanal. Nota de la Redacción). En cuanto a la aliteración de la doble ese en el nombre de Denisse, se debe a que es el ruido de una serpiente, porque la serpiente significa sabiduría y Denisse es profundamente sabia. Se trata de un personaje que me rebasa, que me habita y que yo siento que canalizo, porque no sale a voluntad. Denisse a veces viene y a veces no, pero siempre está presente, nunca me ha dejado desde que apareció por primera vez. ¿En qué año fue eso?
-En 1985. Tiene veinticuatro años y ahí está, ahí sigue. Ha tenido muy mala difusión. De repente aparece en internet, de repente sale en estas ediciones que hago y que rolan por diversas partes, pero la gran presencia de Denisse está en la memoria de los lectores originales, porque no hay en donde verla. De hecho, mi colección de Denisse es mínima. Tengo la tercera parte de los originales. El resto está desaparecido, robado. Me pedían dibujos suyos para una exposición y nunca me los regresaban. El proyecto que tengo, como un compromiso con esa presencia mágica que es Denisse -a quien le debo mi obra, mi trabajo-, es traducirla a placas de cobre. La estoy haciendo en grabado, para que por lo menos existan muchas copias de cada uno de los dibujos. Es el compromiso que tengo para el resto de mis días creadores. Quiero rehacer a Denisse y todo su mundo en cobre. En mí ya perduró. La hago con mucho cariño y mucho estupor, porque la invoco y regresa. Cuando aparece, sus imágenes poseen muchísima fuerza, son independientes y tienen una vida propia. Es algo mágico. Yo no me explico ese fenómeno, no sé qué es o en qué consiste.