“Yo rara vez pienso, pero cuando pienso sólo en eso pienso”. Esto es lo que inolvidablemente respondió alguien inolvidable que he olvidado (¿sería Bernard Shaw o sería Groucho Marx?) cuando un entrevistador le pidió su opinión acerca del Sexo, pues ya se sabe que hay ingenuos o malévolos periodistas que son capaces de hacer preguntas tan globales, tan generales, tan cósmicas —acerca de la Vida, o de la Muerte, o del Universo, o de Dios, o del Amor o del Odio, etcétera—, que el entrevistado no sabe si buscar desesperadamente en su caótica memoria alguna plagiable frase célebre o si invitar al entrevistador a irse mucho a entrevistar vampiros en Transilvania.
Pero... ¿qué habría respondido Eko? Quiero decir el extraordinario dibujante erótico Eko (nacido Héctor Estanislao de la Garza Batorski), a quien conozco de los años setenta en que coincidíamos en el primer Unomásuno y él allí publicaba una extraordinaria historieta muda, esto es: sin globitos de texto, pero con un poderoso personaje: la hermosa y siempre de pies a cabeza desnuda Denisse, invariablemente entregada por el afilado plumín del artista a una amplia y siempre renovada gama de fantasías sexuales, de juegos eróticos que sin duda habrán pasado al imaginario lujurioso de una infinidad de lectores así como, lo confieso sin rubor, pasaron al mío.
“Denisse —ha declarado el obsesivo y minucioso dibujante— apareció a mis doce años, cuando todavía dibujaba ‘muñequitos’. Me llegó un amor maldito en unas vacaciones y sencillamente mi dibujo se transformó. Comencé entonces a buscar cosas más explícitas, como las de la revista Playboy, por ejemplo, y luego descubrí los grabados de Durero, y tanto me fascinó su minucioso y denso tejido de líneas que obsesivamente copié sus grabados durante diez años. Dibujaba unas caderas cada vez más anchas, dibujaba unos grandes culos casi increíbles y unos pechos de erectísimos pezones y, encima de ellos, unos animales monstruosos y lujuriosos, de penes gigantes que se alzaban en homenaje a mi Denisse”.
Y creo que Eko, padre y a la vez amante de su Denisse, actualmente parafrasearía aquella frase citada en el incipit de este texto:
“Yo sólo dibujo. Dibujo hasta hallándome dormido y sobre todo soñando. Y sólo dibujo eso.”
Pero... que Eko me disculpe, esto último no sería del todo verdad, pues Eko es también eco del soñador ego de Eko, es decir que además opina y hasta teoriza sobre su trabajo (si esos fantaseos gráficos son “trabajo” y no juego delicioso y alevoso). Y recuerdo que hace acaso un par de años, en la apertura de una exposición suya en la galería Misraki, Eko confesó que sus obras tratan de captar, ¡oh!, “un instante previo al coito”, y añadió: “Busco penetrar con imágenes al espectador pasivo, como si arrebatara un instante de vida a todo aquel que observa mis dibujos de Denisse”.
Eko, entonces, es un asaltante y un ladrón y en definitiva un violador de nuestro subconsciente o nuestro Id (o como usted prefiera decirlo). Por eso ha motivado incontables veces la muy comprensible aunque no sé si justificada protesta de aquellos que, desprevenidos, han observado sus obras y por tanto han sido asaltados, robados y violados por el creador de Denisse. Así le ha pasado lo que le pasó recientemente, cuando abrió una exposición de sus dibujos eróticos (siempre son eróticos) en un café de un barrio culto de esta ciudad y resultó que los clientes habituales, sintiéndose víctimas de ultraje perpetrado por la hermosa Denisse de Eko, exigieron que los perturbadores dibujos fueran inmediatamente descolgados de las inocentes paredes del local. (Menos mal que en cambio no pidieron que colgaran a Eko.)
De modo que Eko es un artista violento y con sus dibujos nos hace ver que si la violencia es la partera de la Historia (como alguien famoso dixit), también es madre soltera de la obra artística. Pero...
He aquí que uno de mis dibujos preferidos de Eko, el que justifica y engalana estas líneas y al que considero emblemático de toda su obra, es una muy serena, nada violenta pero incitante imagen (coloreada en el original) en la que una bella muchacha desnuda, de esbelto cuerpo, de perfecto culo, de elegantes pies sigilosos y de rostro desconocido (pues la vemos dándonos la espalda), camina sobre un ajedrezado piso adentrándose grácilmente en la propicia oscuridad de una habitación vacía... pero no deshabitada pues allí la esperan mis/tus deseos, oh deseante e hipócrita lector, mi semejante, mi hermano. Y uno, fascinado, esperanzado y acechante desde esa oscuridad que puede ser el umbral de los Sueños, sólo susurra:
—¿Quién? ¿Quién viene?... ¿Eres tú, Denisse?
Y ella no responde desde el silencio del dibujo, pero yo sé que es la inolvidable, la soñable, la inmarcesible Denisse de Eko, bendita sea.
LA DENISSE DE EKO
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